domingo, 20 de junio de 2010

Sobre Cyborgs y demás yerbas

Para los que están acostumbrados a ver salir de mis neuronas artículos sobre tecnologías de código abierto, GNU/Linux y OpenSolaris, u otros más pegados a ciencias duras, la inclusión de éste que tienen en Su poder puede despertar una sensación de considerar que el postre tenía mucho moscato y me cayó mal, dejando casi sin oxígeno al pobre cerebro que intento llevar sobre mis hombros con algo de esfuerzo y dignidad.

Lo cierto es que este tema siempre me interesó. Lo analicé varias veces sin demasiada profundidad, al menos eso es lo que ahora pienso. Veamos cómo encarar un tema que en un principio puede sonar futurista, y casi salido de un libro de ciencia ficción, pero que se mete cada día más en nuestra vida de una forma casi imperceptible, y para quedarse. Hablemos de cyborgs.

¿Qué es un cyborg?

La palabra “cyborg” es un acrónimo de “cybernetic organism”, u organismo cibernético. Y la cibernética no es más que una ciencia estudiosa de las “analogías entre los sistemas de control y comunicación de los seres vivos y los de las máquinas; particularmente, el de las aplicaciones de los mecanismos de regulación biológica a la tecnología” (entre comillas por pertenecer al diccionario de la Real Academia Española").
Simplificando y contrastando con la imagen que el común de la gente tiene, un cyborg es un organismo que posee parte de su tejido orgánico, y parte conformado por dispositivos mecánicos, o electrónicos.
Al hablar de “un organismo”, y no un “ser humano”, estamos dividiendo las aguas y separando éste de conceptos como el del “androide”, que es un autómata con aspecto de ser humano. Un cyborg no tiene por qué tener un aspecto humano.
Un ejemplo de ello son los experimentos que se han hecho en una universidad de Surrey (Inglaterra) utilizando un cerebro de rata contenido en un recipiente capaz de enlazar terminaciones nerviosas a través de un dispositivo bluetooth (enlace inalámbrico para distancias cortas, se utiliza en redes de área pequeña, o portátiles, y de allí su nombre “PAN”) con un robot de tres ruedas y varios juegos de sensores dispuestos para reemplazar ojos, nariz y oídos.
Por suerte, la sociedad protectora de animales estuvo presente en cada uno de los cientos de experimentos que se hicieron en Surrey. Fueron cientos hasta que se terminó de entender cómo hacer para encender los mecanismos del robot usando el cerebro de la rata. Sí, mataron cientos de ratas hasta que le dieron en el clavo.
Es especialmente interesante el momento en el que el robot comienza a funcionar como se esperaba, y podemos ver cómo la rata nota que algo le está faltando (todo su cuerpo), por lo que comienza a mover las ruedas del robot de forma desesperante, como buscando algo que no sabemos qué es.
Por suerte, nos hacemos llamar humanos, y no escatimamos en gastos cuando de lágrimas de rata se trata.

Y yo pensaba que un implante de pelo era antinatural

Si ya lloramos un poco pensando en la pobre rata, veamos ahora un ejemplo de aplicaciones claramente cibernéticas sobre seres humanos.
Tal parece que nuestro querido amigo Kevin Warwick, también de Inglaterra, pero esta vez desde Coventry (¿será sólo una casualidad que sean todos ingleses, y que vengan de ciudades con nombre de aire acondicionado?), decidió llevar sus estudios sobre cibernética un paso más adelante, y un buen día luego de una sobredosis de “El hombre nuclear” desarrollo algo bastante imaginativo.
Su desarrollo se denominó “Proyecto Cyborg”, y (por ahora) constó de dos fases.
En la primera (“Cyborg 1.0”) creó un implante subcutáneo que un grupo de cirujanos dirigidos por él mismo le implantó en el antebrazo.
Este implante consta de un transmisor RFID (Radio Frequency Identification) gracias al cual la identidad de Kevin es verificada en cada lugar por el cual se mueve, abriendo automáticamente puertas y ventanas, o encendiendo las luces y su computadora cuando él se encuentra cerca.
Para que tengamos una idea un poco más acabada del nivel de desarrollo que tiene la tecnología RFID en este momento, ya hay cadenas de supermercados que incorporan etiquetas de este tipo en sus alimentos, sabiendo automáticamente cuándo ingresa, es vendido, o vence. En base a eso, se disparan órdenes de compra automáticas a los proveedores para nunca quedar desabastecidos, o para alimentar la estacionalidad de nuestras costumbres como consumidores.
La segunda fase (“Cyborg 2.0”) es aún más polémica, dado que desarrollo un dispositivo de interface neuronal que luego fue construido por el Dr. Mark Gasson. Este dispositivo fue luego implantado en el sistema nervioso de nuestro amigo Warwick, quien en una primera etapa logró controlar un brazo robot con su pensamiento. Así es, conectó su sistema nervioso a la entrada de internet de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y desde ese punto pudo controlar este brazo robotizado.
La broma clásica en esa universidad por aquellos tiempos (2002) era que con tanta pornografía dando vueltas en internet, era de esperar que Kevin quisiera un nuevo brazo.
Como a Warwick no lo satisfizo ese experimento, le conectó un distribuidor de señales a su esposa, con quien aún hoy en día puede mantener contactos en forma telepática utilizando también internet como medio de enlace mundial.

No todo son rosas

Así es, no todo es color de rosa. Algunos ven el mundo en blanco y negro, como le ocurría al artista plástico Neil Harbisson (sí, adivinaron, también es inglés, pero esta vez de Londres).
En sus épocas de estudiante Neil conoció a Adam Montandon, un licenciado en cibernética de la Universidad de Plymouth, con quien trabajó en el desarrollo de un dispositivo denimonado “Eyeborg”.
Este aparato (el eyeborg, no Neil) consta de un sensor frontal que se dispone entre ambos ojos, y una serie de interconexiones que llegan hasta el oído, de forma tal de permitir la conversión de los colores a sonidos.
Esta invención hizo merecedores a Neil y Adam del premio británico a la innovación. Neil, por su parte, recorrió toda Europa y le asignó a cada país un color que lo identificaría. Su obra se denomina “Capital Color of Europe”.
Ya que los colores se pudieron traducir en sonidos, Neil llevó esto un escalón más arriba convirtiendo los sonidos en colores, traduciendo las cien primeras notas de varias partituras famosas en colores, consecuentemente entregándonos una espléndida obra denominada “Color Scores”.
Por suerte, esta historia tiene un final felíz. No matamos ratas, ni esclavizamos esposas controlando cada uno de sus pasos a través de internet.

Cyber-cucatrap

En Japón no podían quedarse atrás. En este caso, el desarrollo se basó en un dispositivo de sólo tres gramos de peso (el doble del de una cucaracha, que soporta cargar hasta veinte veces su masa corporal) aplicado sobre la cabeza de una cucaracha.
Así, se creó una cucaracha que aún estando viva es controlada en forma remota, pudiendo influenciar al resto de su grupo. Me recuerda a ciertos políticos, pero debo ser yo que siempre tengo malos pensamientos.
Se logró modificar el recorrido de un grupo de insectos y hasta su comportamiento frente a determinadas circunstancias.

Volviendo a la tierra

Pisando nuevamente el suelo, nos encontramos con ejemplos de cyborgs mucho más cotidianos. Una persona que tenga implantado un marcapasos puede orgullosamente ubicarse dentro de este grupo, ya que sin este dispositivo no podría siquiera vivir.
En general, hemos dejado de ser seres que se mueven dentro de la pura naturaleza y nos convertimos en dependientes de la tecnología a niveles tales de caer en un colapso nervioso cuando se agota la batería de nuestro celular, o de nuestro reloj pulsera. Ya no sabemos siquiera mirar al cielo para reconocer por la posición de las estrellas si es medianoche o estamos cerca de la madrugada del día siguiente.
Tampoco podemos oler un alimento y saber cuándo está por descomponerse, nos limitamos a verificar la fecha de vencimiento de una lata. Y lo peor, confiamos ciegamente en que un día antes de ese vencimiento nuestro cuerpo estará a gusto con ese alimento, y un día después estaremos ante las siete plagas por ingerirlo.
Por lo tanto, en menor medida (¿realmente menor?) nos hemos convertido en cyborgs. O mejor dicho, nos han obligado a aceptar nuestra característica cyborg casi sin chistar.
Hoy recordaba con una compañera la frase “resistirse es fútil, serás asimilado”, acuñada por la legendaria serie “Star Trek” y sus colonias Borg. Hagan una pausa para suspirar con “SevenOfNine” y sigan adelante.
Desmenuzando algo de la sociedad en la que he nacido, encuentro que esta frase se hace carne en mí. No puedo resistirme a volverme un cyborg; desde que nací, y aún antes de haberlo hecho, las máquinas han sido un factor de supervivencia para mí. Me he vuelto un adicto a ellas, esta sociedad insertó en mi cabeza un sistema de control neuronal que me impulsa a considerarlas una necesidad, aún cuando realmente no lo sean.
No es que hayamos perdido la cordura, es la triste realidad. Si cuando ordenás tu placard te aparece la pantalla del Tetris delante tuyo, es momento de consultar con un profesional, y tirar la PlayStation al tacho de basura.

Algo bueno para cerrar

Basta de mala onda. Seamos felices, encarguemos un Big Mac, y veamos el mundo a través del Google Earth.
Hace menos de un año tuve el gusto de compartir una conferencia con Rómulo Speratti, un miembro del CaFeLUG (Capital Federal Linux Users Group) tal como lo soy yo. Él se dedico a asombrar al público de la Universidad Tecnológica Nacional formándolos sobre los desarrollos que existen en materia de software libre dedicados a personas minusválidas y discapacitadas. No voy a ahondar en la diferencia que existe entre cada tipo de discapacidad porque si hay alguien que realmente sabe de eso es él, yo soy apenas un neófito, y desde ese día, otro entusiasta esperando en algún momento poder ser un colaborador de sus proyectos.
Tan abrumado salí de su conferencia, que me puse a investigar más a fondo sobre los temas que había tocado.
Concretamente, tuve el gusto de implementar un software denomiado eViaCam que sirve para que personas cuadripléjicas, sólo girando su cara, puedan controlar una computadora en forma completa accediendo a páginas web, escribiendo y leyendo mails, o realizando cualquier tipo de trabajo que con una máquina es posible.
También implementé el sistema Orca en mi computadora, que lee el texto que tengo delante de mí, o magnifica cualquier parte de la pantalla para que pueda verlo más cómodamente.
Me queda la felicidad de estos inventos, y de recibir a veces algún mail de sus listas de correos, con la ilusión de que fueron escritos por personas que de no haber sido desarrollados, no hubieran podido decirle al mundo lo que sienten.
Hasta la próxima, mis queridos cyborgs.